sábado, 13 de febrero de 2010

Maria Luisa


Jesús, 78 años, una esposa, hijos y nietos. Su esposa le manda todos los días a comprar el pan para la comida y él, de paso, se compra la prensa.

Todos los días la misma y agradable rutina, a la tarde paseos con su mujer de la mano por el parque que esta enfrente de la casa. Los nietos, aunque ya mayores acudían al salir de clase a saludarlos y de paso pillar la pequeña propina que les podían sablear, la pensión no daba para demasiadas alegrías pero lo hacían con gusto. Con los 50 céntimos diarios tenían para ir al cine el día del espectador. A veces había algo más cuando acababan los exámenes o se acercaban las vacaciones y partían juntos a la aldea donde había nacido y donde conoció a su querida mujer.

Jesús ha sufrido mucho estas tres últimas semanas, postrado en una cama de hospital sin poderse levantar y con unas pesas de plomo colgadas de una cuerda atada a su tobillo en un sistema de poleas para mantener la pierna en una posición extraña; ha tenido que comer casi a la fuerza, una tropa juvenil de enfermeras y auxiliares de clínica le ha quitado la ropa interior y lo lavan y asean diariamente, sus necesidades fisiológicas en una especie de orinal aplastado le producen una sensación vergonzosa para él, nunca nadie le había visto desnudo excepto su mujer y el medico del pueblo cuando la revision para el servicio militar.

Una infección de orina y unas llagas dolorosas merman su salud y al final un "catarro mal curado" de un germen extraño y de nombre dificil en un corazón ya debil y lento en su función, como le dijeron a su mujer, lo separo de su lado para siempre.

La culpa, un perro caniche blanco y marrón, muy cariñoso según su dueño y que jugueteaba con el en el parque donde iban a tomar el sol las tardes de primavera.

Volvía a su casa con el pan y la prensa, había chispeado un poco y el suelo estaba algo húmedo, tuvo la desgracia de pisar los excrementos que el caniche había dejado sobre la acera aquella mañana, resbalando y rompiéndose la cadera.

María Luisa se ha quedado sola, sin la compañía del que fue su compañero durante más de 50 años; ya no tiene a quien acompañar ni posibilidad de dar propina a sus nietos a los que no ve hace varias semanas. Su bastón se ha ido y ella no puede bajar las escaleras sin aquella ayuda.

El vecino de al lado le lleva el pan, un panecillo cada dos días y algo de fruta. La vecina de debajo de su casa le lleva el pollo y verdura que le duran para toda la semana y aunque los sábados sus hijos le llevan todo lo necesario para que "no le falte de nada".... no tiene compañía, él se ha marchado y reza todos los días para que pueda irse pronto con su esposo llorando su ausencia.

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